Abbaye Royale d'Hautecombe

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La Abadía de Hautecombe, edificada al principio del siglo XII bajo la impulsión del abad cisterciense Amédée de Clermont y con el apoyo de los condes de Saboya, representa un lugar de importancia histórica y espiritual mayor. Ha estado siempre habitada por una comunidad religiosa, excepto durante una breve época en el momento de la Revolución Francesa.

Desde 1174, se convierte en necrópolis de la Casa de Saboya, acogiendo los restos de miembros de esta familia noble, una tradición que se mantiene, aunque de manera irregular, hasta el siglo XVI antes de su interrupción. Después de la Revolución, los restos de los soberanos son agrupados en la capilla de los Príncipes.

La abadía conoce un período de oro durante cuatro siglos, incarnando un rayo espiritual y material bajo la dirección de varios abades influyentes, algunos de los cuales se convertirían en obispos e incluso papa, como Célestin IV en 1241. Sin embargo, a partir del siglo XV, con la reforma de la Commende, la abadía es confiada a abades commendatarios no residentes, lo que conduce a un declive marcado por la disminución de las vocaciones monásticas y el deterioro de los edificios.

La Revolución Francesa agrava esta situación, con la anexión de Saboya a Francia, el exilio forzoso de los monjes y el saqueo de la abadía. Transformada en faïencería, la abadía cae en ruinas, pero suscitando el interés del romanticismo, especialmente con la obra de Lamartine.

En el siglo XIX, impulsado por el rey Carlos-Félix de Sardenia, la abadía es restaurada en un estilo neogótico flamenco por el arquitecto Ernesto Melano, quien le devuelve su aspecto original del principio del siglo XVI. Hautecombe recupera así su función de necrópolis real.

Desde entonces, la abadía ha sido confiada a diversas comunidades religiosas, entre las que destaca la Comunidad del Camino Neuf desde 1992, que continúa una vida de oración y acogida en un espíritu ecuménico.

La arquitectura de la abadía, especialmente su estilo neogótico y la riqueza de su decoración escultórica e pictórica, contrasta con la sobriedad cisterciense original. La técnica del estuco, las frescos, los cuadros y las estatuas testimonian el valor artístico y cultural del edificio.

La Granja Batelière, edificio del siglo XII que ha sobrevivido, ilustra la historia de los primeros monjes cistercienses, utilizado para el almacenamiento y hoy para exposiciones culturales.

Así, la Abadía de Hautecombe incarna a través de los siglos un lugar de espiritualidad, historia y arte, testimonio de la evolución de las comunidades religiosas, arquitectura e instituciones funerarias nobles.

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